Televisor, mejor que la realidad

Edgar Favela

Partamos de la fe. Digamos que tenemos fe en lo que vemos, en lo que la imagen nos dice. El presentador nos dice lo real, comunica y los espectadores creemos, asistimos al festín de lo verdadero: la verdad con marco.

Maestro agrede a estudiantes. La realidad es captada, nada hay más real que la imagen, lo videograbado es lo verdadero, no nos concedemos dudar de lo que nuestros ojos observan: existe y podemos acceder a ello.

La conclusión natural, simplista y hasta condescendiente, sería determinar que la trampa reside en la edición, la mediatización de lo que observamos: el presentador es una suerte de prestidigitador que enmascara y re-constituye la imagen; la imagen es “reconstruida” hasta hacerla verdadera, congruente con lo que el comunicador dice que es lo real; para lograr tal objetivo, la manipulación consiste en atomizar la imagen, quebrantar su orden semántico, fragmentar ―mostrar la parte por el todo― hasta restar sentido y así otorgarle otro, el conveniente.

Sí, la edición es evidente pero la ilusión no consiste sólo en eso. No se trata de una mera estrategia de manipulación, de restar sentido, en tal caso, ¿cuál sería el sentido verdadero? Admitir la descontextualización implica conceder la noción de contexto. Ese es el engaño: asistir por descontado que existe eso real que el presentador nos muestra. Pero la ilusión no sólo radica en mostrar la “parte por el todo”, si no en la operación inversa, mostrar el todo, la saturación de sentido: lo que observas es lo real y es incuestionable. Está frente a nuestros ojos, está videograbado, es lo que es y no hay espacio para dudas.

El presentador no sólo manipula la “realidad”, nos muestra otra: armónica, perfecta e incuestionable, atiborrada de lo real. En esa realidad el individuo debe someterse al servicio de lo verdadero, tiene que ser plano, unidimensional, debe perder su condición humana para ser coherente a la imagen y participar en el juego de la ilusión.

Ahí lo peligroso. El fragmento no es importante. El todo ya está dado y lo que lo compone es lo de menos. La persona no interesa, por tanto, no debe extrañarnos que no hayan videograbado el rostro del maestro Julio César Martínez Quijada cuando lo despidieron de su trabajo;  la imagen de ese rostro no puede existir, no es parte de lo real porque su mera existencia se contrapone a lo que observamos en el video. La “parte” no interesa, no es lo verdadero puesto que no tiene nada qué ver con la realidad exhibida por el presentador. El maestro que humilla es un ente anónimo y público a la vez ―es un ser neutro ―, sólo sirve para exhibir que lo real está ahí, al alcance de nuestra mirada.

La imposición de lo real


El presentador esboza un gesto espontáneo de complacencia, detengamos el video justo cuando se le escapa una pequeña y disimulada sonrisa, observemos sus gestos detenidamente, expongamos el acto, disfrutemos lo real: el maestro no sólo fue destituido, si no puesto a disposición de las autoridades de educación. El orden está restaurado, nada es más perfecto que la realidad misma, lo verdadero fue dicho, estemos satisfechos.

Neutralidad y simulacro



Observemos la dureza de la imagen, lo real es aquí en apariencia más ambiguo que lo que el presentador nos exhibe. Aislemos el acto en sí: el maestro humilla, insulta a sus alumnos, les dice animales. Al terminar el video los alumnos gritan y se comportan como bestias, son efectivamente animales, ¿lo verdadero se tambalea?

Cruda, la imagen es un apenas una fracción de una serie de acontecimientos mucho más complejos: la vida misma; de nuevo, la imposición de lo real triunfa. Apenas conocemos unos cuantos minutos de la vida Julio César Martínez Quijada y ese lapso es lo único que importa.  La  real es develado de manera violenta, ocultarlo, no concederle su condición de verdadero es lo que naturalmente aceptamos como obsceno.

El ser neutral no tiene derecho a la privacidad. Lo efímero, lo simultáneo y lo veloz de la imagen convierte en permisivo cualquier acto, la saturación de sentido vulnera cualquier posibilidad de vacilación; el presentador sonríe porque ha cumplido su cometido: todo es real, nada es verdadero.

En la neutralidad la noción de lo anónimo y lo privado se desdibuja, no hay límites, el todo debe y necesita ser dicho. La real cumple una función estabilizadora, nos da sosiego. El por qué del hecho que se nos expone se vuelve secundario, accesorio. La imagen es y asistimos solamente a un acto de constatación; como simulacro, lleva en sí la intrínseca condición de ser fugaz, por ello, necesita ser constantemente reafirmado.

Partamos del escepticismo, las cosas no son lo que aparentan, los quince minutos de fama se convierten en quince minutos de pesadilla. Si las cosas nunca son lo que son, ¿qué nos salvará de la neutralidad? Entonces, ¿qué es lo real?

Más real que la realidad



¿En qué difiere esta escena de Entre le murs (Cantet, 2008) con el video que el presentador exhibe en la televisión? Las dos son secuencias similares, en esencia el suceso es el mismo: un maestro frente a su clase pierde el control y se involucra en una pelea con sus alumnos. ¿Qué hay detrás de cada secuencia?, ¿acaso es la intención con que se manipula la imagen dónde está su diferencia?

Las dos escenas son imágenes manipuladas, creadas y re-constituidas con un propósito. El arte, al igual que la ilusión de lo verdadero, opera de manera análoga: refracta la realidad, atiborra de sentido, edita y ordena lo filmado para conceder nuevos significados. De ahí que la ilusión de lo verdadero no sólo sea producto de la edición; el arte es también en cierto sentido un simulacro.      

Pero, qué es lo que las hace opuestas; mientras que el presentador nos muestra un todo, una historia acabada y hasta cierto sentido predecible (a pesar de que proviene directamente de un caso real, y en consecuencia “debería” por circunstancia ser más complejo), la escena de Cantet nos devela una problemática mucho menos maniquea y que no nos muestra una “verdad” acabada y total, si no que problematiza, invita a la confrontación, crea una realidad fraguada por el tamiz de la complejo de la condición humana. Lejos de sosegarnos, el arte nos provoca intranquilidad, trasciende lo neutral cuando concibe la noción de posibilidad por encima de lo acabado y lo completo.

¿Necesitamos del arte para confrontarnos con la realidad?, y si la respuesta es afirmativa, ¿por qué lo necesitamos? Slavoj Žižek esboza en The pervert’s guide to cinema (Finnes, 2006) que el “cine ─el arte─ nos habla más de la realidad que la realidad misma, para entender el mundo actual, necesitamos literalmente del cine. Sólo en el cine encontramos la dimensión crucial: no estamos listos para enfrentar nuestra realidad.  Si buscas aquello que es más real que la misma realidad, busca en la ficción cinematográfica.”

Si necesitamos el arte ─la ficción cinematográfica─ para enfrentarnos a la realidad, ¿también necesitamos la neutralidad?, ¿necesitamos ese espacio neutro porque no estamos dispuestos a confrontarnos con la real?, ¿lo verdadero es nuestra “tabla de salvación” que nos mantiene tranquilos?, y, si no es así, ¿el arte lo es?

Tal vez el presentador, quien mediatiza y nos presenta el simulacro no es el problema, si no un síntoma de una “enfermedad” más profunda y compleja. Cómo pedir entonces medios infalibles y supuestamente objetivos si no estamos preparados como individuos, y mucho menos como sociedad, para enfrentar la realidad.

Condenar a “los medios” (como si éstos fueran un ente abstracto y malévolo que tergiversa la realidad), tachar y transferirles  la responsabilidad total por la existencia de casos como el del maestro Julio César Martínez Quijada es respuesta accesible y de uso común, y en todo caso es ingenua y confortante; pero, demuestra que omitimos que: para que un simulacro consiga su condición de “verdad” se necesita un espectador dúctil, distanciado y condescendiente que entre al juego de la imposición de lo real, ya sea para aceptarlo y vivir aquello “real” que se manifiesta en la imagen, o para rechazarlo, criticarlo y reducirlo a un hecho condenable ─fuera del espectador─ para estar tranquilos y seguros de que no se ha caído en la ilusión.

Partamos de la noción de posibilidad: necesitamos ese sano y aséptico distanciamiento para mantener nuestras conciencias tranquilas y no implicarnos. Asumamos el simulacro.

Apéndice

//para descargar The pervert’s guide to cinema, dale: acá

//para descargar Entre le murs, dale: acá

5 pensamientos en “Televisor, mejor que la realidad

  1. Resulta que «lo real» que tú dices, es un término Psicoanálitico, (lacaniano en concreto, como Zizek, lacaniano). Sí que me parece importante porque en la distancia entre «lo real» y la realidad hay toda la diferencia. «Lo real » se opone a lo imaginario y lo simbólico, lo real, para simplificar es lo que no se deja representar.
    El asunto de la representación es requetecomplejo y ha sido muy tratado por coincidiendo con la crisis de la misma en la posmodernidad, a mi me parece totalmente necesario encontrar vias de salida de una posmodernidad decreída, me queda claro que hay problemas con la representación pero no creo que se adelante nada poniéndole la etiqueta de simulacro a todo o intentando una vuelta a ese lugar inexistente de antaño cuando las imágenes significaban lo que » eran «.
    Ni esencialismo, ni relativismo, como bien dice ZIzek-Orfeo:» We need a third pil!»

    • ¿Necesitamos la tercera píldora?, aquella que nos permita acceder a la realidad contenida en la ficción. ¿Necesitamos?

      La píldora azul nos permite permanecer en la matrix, la roja nos “despierta” a lo real, nos hace conscientes del “simulacro”.

      Las píldoras nos ofrecen lo “real”, aquello imposible de representar, en consecuencia, lo inaccesible; pretenden ofrecer esa «esencia» que pierde el objeto cuando la simulación: también son la matrix, y en cuanto ilusión resultan ser muy seductoras. Las píldoras operan por el mismo mecanismo: necesitamos de la matrix tanto como necesitamos estar conscientes de que estamos conscientes. El triunfo de Neo, lo que lo distingue y vuelve un ser en apariencia «autónomo” es que está consciente de su inmersión en la matrix, por ende, consuma una noción de trascendencia; esa es su liberación, pero, el despertar de Neo lo lleva a otro sometimiento mucho más complejo y peligroso que la propia matrix: la subordinación a la ilusión de realidad.

      Los tres espacios a donde nos llevan las píldoras son ante todo “virtuales”, por ello, todo acercamiento es una mera aproximación. Si no podemos enfrentar ni aprehender la realidad, la virtualizamos, la convertimos en un ente fantasmagórico, en una simulación, lo hacemos verdadero, lo hacemos real, hacemos accesible lo inaccesible, generamos simulacros, representaciones; obtenemos nuestro aséptico y tranquilizador distanciamiento.

      La ficción estructura nuestra “realidad”: estamos ante la tercera píldora. Entonces, ¿si accedemos a lo contenido en la ficción obtenemos la «realidad”?

      ¿Y si asumimos el simulacro?, ¿y si tal vez no se trata de desafiar a la matrix?, ¿y si se tratara no de ir contra ella si no de aceptar que la matrix es más real que la realidad misma?, entonces, ¿esa tercera píldora a dónde nos llevaría?, ¿a la hiperrealidad?, ¿a estar conscientes de que habitamos la matrix, es decir, el simulacro?, ¿la tercera píldora es la vía para escapar de la posmodernidad, de la matrix?, ¿necesitamos escapar?

      No creo que se trate de “adelantarnos” o de progresar ―la idea de progreso además me resulta un tanto cuestionable― y trascender a la descreída posmodernidad; lo que yo planteo es asumir como tal esa condición de simulacro, y en consecuencia reflexionar y problematizar sobre el asunto. ¿Necesitamos del arte?, ¿de la matrix?, ¿necesitamos?

      Mi preocupación consiste precisamente en esa idea implícita y dada por descontado de que “necesitamos” las tres píldoras; que “existe” una matrix a la cual trascender. No es que se etiquete “todo” de simulacro para relativizarlo, ni caer mucho menos en la nostalgia de querer regresar al «esencialismo» porque sería simplificar el tema hasta llevarlo al terreno de lo neutro; lo que planteo es que: ninguna de las tres píldoras me satisfacen.

      Vivamos pues lo hiperreal, asumamos la simulación y estemos conscientes de ello, involucrémonos; no sé si sea una vía o “adelante” en algo la discusión sobre el tema; de lo que sí estoy seguro es que operaríamos de manera mucho más honesta y eso nos permitiría problematizar y reflexionar sin tanto sesgo y enajenación.

  2. No sé si después de tanto tiempo alguien lea esto. En fin.

    Me parece muy buena la reflexión sobre los medios de comunicación y el arte. Indica, a mi parecer, el problema. Sólo que hay que tener cuidado de trasladar las categorías de un campo a otro. El simulacro, la hiperrealidad, lo virtual, la representación, incluso lo real y la realidad, como conceptos tienen límites que es preciso respetar, pues de lo contrario se corre el riesgo de simplificar. La cita de Zizek, de pronto, suena exagerada. Por otro lado, asumir un simulacro imagino que no significa que nos atenemos a vivir en él. ¿O toda la realidad es un simulacro? A pesar de que vivimos en una época donde los medios masivos de comunicación poseen un gran poder, al igual que la reproducción técnica del arte, ¿no les parece que absolutizarlos es regalarles la partida? Me refiero a construir toda la realidad en función de la pequeña parte (aunque no tan pequeña) que ocupan en el mundo.

    • Tirso, al igual que el de Loreto, tu comentario es muy pertinente; estoy de acuerdo contigo en eso del cuidado al trasladar las categorías de un campo a otro. por un afán tal vez lírico tal vez ingenuo tomé y utilicé indiscriminadamente ciertos conceptos, en todo caso me faltó rigor.

      En cuanto a zizek, sí, es medio efectista, pero yo lo quiero mucho, je je. Hice un poco la conexión por el tema del arte y la representación y la imposibilidad, como él lo menciona de “enfrentarnos a la realidad”; pero sí, haría falta repensar y profundizar más en esa pegadora frase de nuestro querido y barbón amigo.

      En cuanto a lo del simulacro: no, no creo que “toda la realidad sea un simulacro”. Aceptar esa sentencia sería relativizar y nulificar todo, condición que, considero, no nos lleva a ningún lado y sólo nos hace formular planteamientos cómodos, inofensivos y privados de un verdadero interés por la crítica. Ni tampoco mi objetivo era el “absolutizar” los medios de comunicación, considero que pretender tal cosa es neutralizar el tema, simplificarlo como bien dices… y, pues sería prácticamente caer en el error que pretendo señalar.

      Tampoco intenté plantear que debemos asumir el simulacro como tal, es decir, atenernos a él, lo que quise decir, veo que mi texto no es lo suficientemente claro en ese punto, es que: considero que debemos asumir que padecemos el simulacro, que lo vivimos y que muchas veces no estamos conscientes de ello y hasta cuando, según nosotros, ejercemos la crítica o intentamos hacerlo, caemos muchas veces en el cliché en el discurso ya hecho y tranquilizador de consciencias… en la alienación pues, en un simulacro más. Me faltó precisar el sentido de la frase, quise decir: seamos honestos, asumamos que padecemos el simulacro.

      Al igual que tú y loreto, ro también me hizo saber algunas deficiencias del artículo, agradezco a los tres el interés y la disposición por dialogar; prometo menos lirismo y un poquito de más rigor, nomás lo que`s, porque luego pierdo mi carisma y mi encanto soñador, jaja.

      Favela

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